Hace cinco minutos me disponía a dormir, ya que hace un mes he experimentado una serie de capítulos inexplicables con lo que un ser humano promedio llamaría horas de sueno. Pero esa es otra historia que tal vez me anime a contarles luego.
Me confieso una adicta al Facebook, ese libro con una cara, que es maligno, vicioso, alarmante, que expone toda nuestra vida en fotos, notas, comentarios, living social, galletitas de la suerte y verdades de Chuck Norris. Toda una revolución de la comunicación que ha unido a miles y seguramente habrá separado a unos cientos.
Comentaba, que ya lista para reposar mi cabeza en la almohada, tuve la curiosidad de hurgar un poco más la vida de mis vecinos en Facebook, mala decisión. Un click me llevó al otro y así sucesivamente, hasta que me tocó experimentar mi propio fenómeno de los seis grados de separación. Con ojos bien abiertos, descubrí que dos hombres que llegaron a causarme temblor de rodillas, movida de piso o caída de medias, estaban en una misma foto, un mismo lugar, mismo propósito.
En este preciso instante lo medito y no puedo parar de reir. Es una locura, un caso
absurdo, como suelo calificar muchas situaciones. Ahora me pregunto, quién habrá desarrollado la teoría de los seis grados de separación, obviamente no es algo novedodo, siempre existió, sólo que ahora tiene nombre y es un fenómeno mundial. Investiguemos qué dice Wikipedia al respecto.
He aquí lo filosófico:
Seis grados de separación es una teoría que intenta probar el dicho de "el mundo es un pañuelo", dicho de otro modo, que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios (conectando a ambas personas con sólo seis enlaces). La teoría fue inicialmente propuesta en 1929 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en una corta historia llamada Chains. El concepto está basado en la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena, y sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera.
El mundo es un panuelo, esa frase sí me es familiar. Ahora bien, mi punto es, podría desintegrar esa cadena que une a los conocidos, que sean sólo mios y de nadie más. Suena loco y escribirlo peor aún. Pero no logro entender, que algo así ocurra. Y si se preguntan por qué hago tanto drama de ello, explico lo siguiente.
Por largo tiempo, luché por ganar y quien sabe si me hubiese atrevido a comprar, el amor de estos dos hombres. El primero, a quien llamaré mi eterno amor secreto, me besó en una oportunidad, me dijo que yo era perfecta, inteligente y la mujer que todo hombre buscaba, pero como todo lo que sigue a esas frases, el final se resumió en:
mi amor, no eres tú, soy yo. Para ser sincera, yo jamás lo superé, cada vez que tuve la oportunidad de verlo sentía rencor, rencor de mujer rechazada. Que feo se lee. Pero es tan honesto como lo que me causó esa tonta frase.
El sujeto involucrado número dos, al que llamaré mi otro yo, vino a mi vida una noche y se despidió rápidamente, no hubo nada determinante en ese encuentro. 365 días después, en una sala de cine con música de fondo de una afamada orquesta sinfónica, nos reencontramos. Con él todo era sencillo y complicado a la vez, era hablar conmigo misma. Tan idénticos y contrarios a la vez. Duró poco pero fue suficiente como para cambiarme la vida y destruir mi orden.
Me ubico en el 2009, y en esa foto, los protagonistas de dos historias, están codo a codo, con rostros felices, certificados en mano y nuevas historias por vivir. Que suenen las campanas de la iglesia para ambos. Como bien dice el poeta Arjona hay que seguir con el teatro.
Dedicado a todos los que han experimentado la crueldad de los seis grados de separación.